Prof. Luis Alberto Ferreira Carmelé
Introducción
Relacionar al
gran Libertador con el folklore de su tiempo no es tarea simple. Recordemos que
recién en 1846 se acuña este término en Inglaterra y se establecen además
algunas precisiones sobre aquel neologismo. Anteriormente, en la Alemania del
siglo XVIII comenzaban a avanzar sobre
cuestiones similares. Será el movimiento Romántico que se rebele y especule
acerca del cambio de los tiempos y de los paradigmas filosóficos y culturales
que se modificaban aceleradamente. Se avecinaban tiempos nuevos: Revolución
industrial y capitalismo. Las identidades nacionales se comenzaban a desdibujar,
se perdían inexorablemente en la alocada
teoría del progreso indefinido y del mercado mundial.
Nosotros,
desde nuestro tiempo y nuestro espacio, trataremos de hacer un intento
arriesgado de reconstruir, y seguramente con dificultades, la realidad social y
familiar de aquellos años de la última mitad del siglo XVIII y de la primera del
siglo XIX. El general José Francisco de San Martín y Matorras vivió
probablemente entre 1778 y 1850.
Las
tradiciones, costumbres, danzas, música, comidas, dichos, refranes, y demás
temas que conforman la estructura fundamental del folklore de aquel tiempo no
aparecen rápidamente al reclamo de nuestra pesquisa. En realidad, se hace
bastante dificultoso unir los fragmentos conocidos y tal vez por conocer de la
vida del prócer, relacionarlos con su entorno y con la cultura popular de la
época. Pero en esa “arriesgona” estamos y pondremos manos a la obra. Sabemos
que el trabajo será arduo y con muchos obstáculos. Los trataremos de sortear
con empeño e investigación.
San Martín
tuvo vivencias en distintas geografías y sociedades en su vida, un hombre
cosmopolita para su tiempo. Yapeyú, España, Londres, Provincias Unidas, Chile,
Perú, nuevamente nuestro territorio y luego el ostracismo en Francia y otros
países de Europa. Y no es aventurado decir a esta altura del relato, que cada
lugar contaba con su patrimonio cultural propio, su folklore; cada pueblo con
sus saberes tradicionales y esos saberes con funcionalidades específicas e
inherentes a cada idiosincrasia.
Iremos
tratando de sondear las realidades históricas de la vida del prócer, será un
trabajo que buceará desde la historia social, corriente historiográfica que abarca temáticas referentes a la vida normal y cotidiana de las clases
sociales medias y bajas, conexa a ella abordaremos las profundidades
lampareras de las historias del bajo pueblo, y seguramente necesitaremos
también de los aportes de la sabiduría
empírica de los relatos orales, aquellos que fluyeron de boca en boca, de
pueblo en pueblo y que hechos coplas, rumores y consejas viajaron por el
tiempo y el espacio aportando los saberes de los habitantes de la campaña y las
ciudades.
Por todo lo
expuesto la historia no estará en este trabajo distanciada del folklore, por el
contrario, demostraremos que pueden concretar un desafío de complementariedad
al trabajar mancomunadamente. Trataremos que el pasado se convierta en algo
vivo, con la frescura prístina de la sencillez profunda del saber del pueblo.
El tema es amplio, el desafío grande, pero “… para los hombres de coraje se han hecho las empresas…”.[1]
El Origen del Libertador
José Francisco
de San Martín y Matorras, hijo de Juan de San Martín y de Gregoria Matorras,
nació en Yapeyú -pueblo fundado por la
Compañía de Jesús en el Virreinato del Río de la Plata- probablemente el 25
de febrero de 1778.[2]
Nuestra Señora
de los Santos Reyes de Yapeyú (Yahapeyú,
en castellano paja brava, planta abundante en la zona) había sido fundada
en 1627 por los padres de la Compañía de Jesús aledaña al río Uruguay (río de los pájaros en castellano),
transformándose para el siglo XVIII en un importante centro ganadero de la
región, conocido por sus zapaterías y también
como emporio musical por la escuela que allí se fundó y además por haber
llegado a ser el gran taller de toda clase de instrumentos musicales: órganos,
arpas, violines, trompas, cornetas, chirimías y guitarras; los cuales eran
fabricados y exportados a otras misiones y ciudades españolas. Un referente
muy importante de las industrias y expresiones musicales en Yapeyú fue el R.P.
Antonio Sepp. Estas actividades decayeron en 1767 con el extrañamiento de los
misioneros jesuitas.[3]
En 1775 don
Juan de San Martín, padre del prócer, asumió el cargo de teniente gobernador del
departamento de Yapeyú en las antiguas Misiones Jesuíticas. Aproximadamente
tres años después nació su hijo menor, el gran Libertador de Sudamérica.[4]
Pocos años
vivió José Francisco en esa tierra agreste, de singular belleza, rodeado de
música, trinos de pájaros, tambores y de tradiciones religiosas, como por
ejemplo visitas a la iglesia local y rezo del Santo Rosario junto a su madre,
observando la imagen de San Baltasar o el Santo Rey Negro.[5]
Fue un contacto tal vez indeleble para el pequeño niño, con una devoción que
empezaba a ser muy importante para las Misiones, Corrientes y otros lugares del
virreinato y de la región sudamericana. Así lo atestigua una investigación que
menciona la llegada de imágenes, entre ellas la del Santo Rey Negro en 1663 para ser enviada a las misiones.[6]
Sus compañeros
de infancia fueron los pequeños aborígenes y mestizos; con los cuales pasaba
algún tiempo, cantando o jugando, en compañía vigilante de su madre, su padre,
o alguna persona encargada de su crianza.
También debemos mencionar la actividad
ganadera en la zona, y de la que su padre tenía conocimiento, así como la
existencia de telares, los cuales trabajaban los aborígenes. Todo esto permite al menos suponer que el
niño debió observar, quizás preguntó, y tal vez se admiró ante cuestiones
relacionadas con las tradiciones que lo rodeaban. Españolas, mestizas y
africanas.
Un niño de Yapeyú rumbo a España
En 1782, la familia San
Martín marcha a Buenos Aires, dejando Yapeyú, y un año después se embarcaron
rumbo a España en la fragata Santa
Balbina. Los San Martín llegaron a
Cádiz el 25 de marzo de 1784 (José Francisco tiene 6 años y un mes), y se
traslada el núcleo familiar en abril o mayo a Madrid. En la Capital de España
residen más de un año y medio. Aunque existen afirmaciones sobre el ingreso
del niño José Francisco al Seminario de Nobles, esto no sería así.
Es en la Escuela Náutica de San Telmo o antiguo Colegio de
Temporalidades de los Jesuitas expulsos de Málaga, que el niño José Francisco
desarrolla la totalidad de la escuela primaria. Esto sucedió durante cuatro años
y medio (a tres cuadras de la casa paterna que habían alquilado al llegar en
Pozos Dulces)[7] . Entre las materias que
estudió podemos mencionar: aritmética, gramática castellana, ortografía,
catecismo, moral, dibujo, inglés, francés (los alumnos interesados en la
cultura francesa podían extender sus aprendizajes con el profesor fuera del
horario de clases) y latín. Los contenidos de Náutica no los desarrolló, ya que
ingresó a su nuevo destino educativo-militar.
Una nota para
destacar acerca de la sustentación o mantenimiento de este colegio, es que se
financiaba con: “…La sustentación económica del San Telmo malagueño se debía basar en el
uno por ciento de toda la plata que llegase de Indias, en un cierto número de
acciones —cuyo total no se especifica- y con otras contribuciones de
emprendimientos locales…”[8]
Desde el 9 de
julio de 1789, José Francisco, siguiendo los pasos de su padre y hermanos,
ingresó como cadete al Regimiento de Infantería de Murcia, llamado “El Leal”.
En el castillo de Gibralfaro desarrolló el cadete su primera etapa de formación
pedagógica-militar. Casualmente los colores del uniforme eran blanco y celeste.
Allí inició su carrera militar que lo llevó a convertirse en uno de los más
importantes oficiales y estrategas que dio América.
A los 13 años
se lo aceptó como voluntario para el servicio activo en Marruecos y más tarde
en Orán, será entonces desde 1791 hasta 1812 que integró el ejército español, y
logró por méritos en los campos de batalla los ascensos que lo llevaron a ser
Teniente Coronel, combatiendo contra las tropas inglesas, francesas y
portuguesas.
También
debemos mencionar su relación con las
logias o sociedades secretas de la época. Comenzó a integrarlas en Cádiz y
se debe mencionar en este punto del trabajo que antes de volver a la Patria, en
setiembre de 1811 llegó a Londres para reunirse con algunos cofrades y recibir
grados en la logia llamada Gran Reunión Americana, liderada por el venezolano
Francisco Miranda.
Luego tenemos las tradiciones,
costumbres, juegos, danzas, música, gastronomía en tierras de España, porque
San Martín recibió su educación elemental y militar en tierra española. No se descartan las mismas manifestaciones
culturales francesas o inglesas devenidas de su educación, tertulias y viajes. Algunos
ejemplos son los siguientes:
“…Tras la
Revolución francesa de 1789 que afectó a diversos países europeos, en España
pasamos de un Antiguo Régimen a una época liberal, consolidándose más en el
siglo XIX, tras una cruenta Guerra de la Independencia contra los ejércitos de
Napoleón…”
“… Al mismo tiempo aparecieron cambios sociales
bastantes notorios que afectaron a la población. Asistimos a la consolidación
de una clase social de gran trascendencia que se fue fraguando en plena
Ilustración, la burguesía o clase media.
Esta nueva clase social intentaba emular a las clases nobles ya consolidadas,
mediante enlaces matrimoniales, o bien integrándose en el nuevo grupo social o
“de élite”, gracias a los negocios integrados en las grandes ciudades como
Madrid, Barcelona o Bilbao…”
“… Las “anfitrionas” (mujeres de la época) organizaban
tertulias o bailes en sus palacetes o quintas con el fin de consolidar
relaciones, bien para conseguir un objetivo de carácter matrimonial, o bien
para intentar aumentar el prestigio social de los propios maridos. Estas
reuniones siempre estaban amenizadas con partituras de piezas musicales y con
exhibición de la declamación o lectura en voz alta de algunos de los invitados
o anfitriones…”
“… El origen de
la celebración de tertulias o reuniones de tipo social se remonta a la
influencia francesa debido a que, en la época de Fernando VII, existieron
veladas entre la nobleza denominadas tès o soirèes de carácter privado en
residencias aristocráticas y domicilios burgueses. Se utilizaron en el siglo
XIX estas estancias con el fin social. Las muchachas casaderas tenían en el
salón la oportunidad de conocer y ser conocidas, como espacio privilegiado para
la concertación de matrimonios convenientes,
hecho constatable ya en el siglo XVIII con la diferencia que, mientras en
aquella época la jovencita no tenía ni voz ni voto en un pacto establecido por
sus familiares, la nueva sensibilidad del siglo XIX introduce el hábito de
consultar el parecer de la muchacha…”
“…En cuanto a las actividades realizadas en estos
ámbitos privados, además de entablar nuevas relaciones sociales, se jugaba también a las cartas o naipes.
Estuvo de moda en la época isabelina, el Juego del Mediator “rey de los tapetes
en la época decimonónica”. Se solía jugar a las cartas en el habitáculo
contiguo al salón denominado “gabinete”…”[9]
Encontramos
relación entre este juego y unas coplas populares sentenciosas que se
interpretaban en Catamarca recopiladas por Juan Alfonso Carrizo en 1926:
"Señores soy un pobre
Pobre y no tengo con qué
comprar un sagrado libro
que me enseñe a mí la fe.
Por eso, porque soy pobre
y entiendo ciencia tan alta
Veré si con la baraja
Ese libro no hace falta.
Al As coloco primero,
Uno es el Dios verdadero
que solo con el poder
creó el mundo entero
Saco el Dos y me hace ver etc.
Saco el Tres y me hace ver etc.
Saco el Cuatro y lo miro etc.”
“…Observa el colector Juan Adolfo
Carrizo (1926) que "no debe ser nuestra esta canción, que se conoce entre
nuestros paisanos con el nombre de "Naipe a lo divino". Es una
adaptación de un romance anónimo de la Baraja". Tiene sobrada razón ya que la matriz de la
canción y del romance hay que buscarla al otro lado del Atlántico, en la
leyenda del Grenadier Richard, publicada
a principios del XIX y ubicada en Bres (Brest), en uno de los Finisterres
europeos -Bretaña- y de la que, tal vez desde finales del siglo XVI-XVII y con
total seguridad desde finales del siglo XVIII, se pueden encontrar
numerosas versiones, con un soldado que puede llamarse Ricart o Andrés…”[10]
Otros juegos
que se desarrollaban en las tertulias o visitas eran:
“…Existían
numerosos juegos de sociedad y se escribían obritas explicando los juegos y las
maneras de jugarlos. En uno de estos manuales, uno español, adaptado del
francés, los juegos, según sus características, se agrupaban en juegos de acción, para jugar en el
jardín o en el interior de la casa, como la gallina ciega, juegos preparados, como la sortija, juegos de prendas, como la lotería
del amor, juegos de chasco, como el
huevo escondido, juegos de memoria,
como el alfabeto, juegos de palabras, como las charadas, juegos aritméticos, como el pozo, juegos físicos como adivinar el
número que se ha pensado, juegos para
niños, como el caballito, juegos de
manos con naipes, como el as detenido…”
Con
relación a bailes en las tertulias encontramos este relato:
“En algunas
ocasiones extraordinarias las tertulias se transformaban en grandes fiestas,
como el baile que describía Jovellanos en su diario el 13 de noviembre de 1795:
Se empieza a concurrir a las siete; hay mil contestaciones sobre
excluir a los no convidados; fuéronlo algunos clérigos y abiertamente el cura
de San Lorenzo, que, sin embargo, entró; grande y lucida concurrencia; mucha
gente útil; arrimados los bancos en derredor de la sala, se formó un
cuadrilongo que tendría treinta y ocho pies sobre diez y seis para baile;
bancos al fondo, asientos en el teatro; allí el regente, su tertulia y algunas
damas; una sola partida de juego. La música en la tribuna. Se rompió por una contradanza de catorce a quince
parejas; bastoneros, Valdés Llanos,
Tineo; todas las damas vestidas de muselina, menos dos de luto, dos de
encarnado y las viudas; mucha alegría y orden; ningún disgusto, se sirvió en el
vestuario café, leche, bizcochos,
rosquillas, vino generoso, licores y vino común para mozos; todo abundante;
duró hasta la una y media…”
También
eran tradicionales los llamados “refrescos”:
“…Las
tertulias eran consustanciales con los refrescos. Bebidas como el chocolate, el té y el café eran elementos
imprescindibles de los nuevos ámbitos de sociabilidad del XVIII. Incorporadas
las tres bebidas en diferentes momentos, el chocolate antes, a partir del siglo
XVII, más tarde, ya en el siglo XVIII, cuando el chocolate había llegado a su
máximo esplendor, el café y el té, y aceptadas en diferentes grados, fueron las
tres bebidas calientes, no alcohólicas, que marcaron las costumbres
alimentarias y sociales de la época moderna. Completaron con su sabor los
momentos de encuentro y trato social y generaron y favorecieron esos momentos,
creando en ocasiones la oportunidad propicia, sus propios tiempos y sus propios
espacios. Cada una a su manera, chocolate, té y café fueron, frente al vino de las clases populares,
las grandes bebidas de sociabilidad de las clases acomodadas de la España del
Setecientos (siglo XVIII)…”
El
refresco estaba centrado en el dulce, considerado en la época como lo más
exquisito, saludable y reconfortante. El desfile de pasteles, confituras,
bebidas refrescantes, helados y sorbetes era interminable. Aunque también se
podía consumir café o té, en España siempre era el chocolate la culminación del
festejo alimentario. El chocolate era una verdadera pasión general, en la que
cada uno tenía sus pequeños «secretos» de acuerdo con sus preferencias
personales.
A sus compuestos básicos, cacao, azúcar y canela, se añadían otros
ingredientes, pimienta, clavo, jengibre, frutos secos molidos, agua de azahar,
ámbar, para darle el gusto particular apetecido. La preparación tenía también
sus trucos. Y el servicio del chocolate, en chocolateras de plata y preciosas
jícaras de porcelana, acompañado por bizcochos y otras pastas para mojar, y
seguido por un buen vaso de agua fresca, constituía todo un ritual…”[11]
Lo
analizado hasta aquí con relación a las tertulias españolas y sus
características, son sólo algunos
ejemplos para poder interpretar parte de la vida social europea de los siglos
XVIII y XIX; escenas que para el oficial San Martín no habrán sido ajenas ni
desconocidas. Veremos que en la convulsionada Buenos Aires de 1812 algunas
vivencias se reflejarán, como la moda que se imponía desde el viejo continente.
El estar a “pupilo” era una ingobernable realidad, que atravesaba las
Provincias Unidas como una sombra que comenzaba a caminar junto al destino
incierto de una revolución inconclusa.
El regreso
del Coronel José de San Martín
Como
expresamos anteriormente, en 1812, con 34 años y una carrera ya consolidada,
retornó a su patria con el firme propósito de colaborar en la lucha por la
Independencia. Ya se había producido el movimiento de Mayo de 1810, por el que
asumió el gobierno en Buenos Aires la Primera Junta. Varios de sus integrantes
admiradores de las ideas revolucionarias europeas, en especial del jacobinismo
francés, trataban de difundir y poner en práctica algunas de ellas.
La ciudad puerto lo recibió con
recelo, pero pronto, gracias a las gestiones de Carlos de Alvear, un cófrade
que viajó en la misma fragata, se relacionó con las familias más importantes y
distinguidas de Buenos Aires, por ejemplo los Riglos, los Oromí, los Escalada,
los Balbastro, los Sarratea, los Rondeau, los Alvear y la reconocida casa de
doña Mariquita Sánchez de Thompson y Mendeville. En las casas de dichas
familias se organizaban tertulias al modo de la iluminada Europa, y el Teniente
Coronel recibió varias invitaciones las cuales aceptó gustoso. Un relato de dos
viajeros ingleses, los hermanos Robertson, nos cuenta que: “… Era costumbre
entre las familias distinguidas abrir sus puertas por la noche diariamente para
esas agradables reuniones conocidas por todos con el nombre de tertulias.
Equivalían a lo que en Francia llaman soirée
y en Italia conversazione…”
A su vez
Busaniche describe lo siguiente:
“… La tertulia de don Antonio Escalada era la más
agradable y por ello la más concurrida. Se componía de una mezcla feliz de
elementos nativos y extranjeros; no mediaban en ella ceremonias ni
preparativos; en una palabra eran reuniones familiares; su encanto residía en
la sociedad misma y no hubieran sido mejores porque se agregaran refrigerios o
cenas. La conversación, la música, el baile, la espiritualidad y el buen humor
sazonaban siempre la velada. En la misma casa, había media docena de parejas
para la contradanza y el minué como no se encontraban otras en
Buenos Aires…”[12]
Isabel Aretz
hace referencia a la música y las danzas y bailes de la época:
“…En
contraste con la cultura ciudadana la campesina despunta con el gaucho
guitarrero payador y andariego durante el siglo XIX el gaucho resultó ser uno
de los personajes predilectos de Los visitantes europeos y literariamente el
héroe de la poesía gauchesca:
Soy gaucho y entiendanló
como mi lengua lo esplica;
para mí la tierra es chica
y pudiera ser mayor;
ni la víbora me pica
ni quema mi frente el sol.
Por
entonces en las pulperías que fueron el lugar de reunión del gauchaje y sus
payadores se escuchaban los cielitos henchidos de fervor patriótico que los poetas
de la ciudad interpretaron y así comenzaron a circular impresos logrando
inflamar el espíritu de los hombres de la campaña en tanto llegaban a todas
partes cruzando los Andes inclusive con los porteños que formaron parte del
ejército de San Martín sirva de muestra el difundido cielitos de Bartolomé
Hidalgo dedicado a la venida de la expedición.
Otro memorialista de la época escribió sobre las
tertulias porteñas lo siguiente:
“… Se bailaba, generalmente, hasta las doce o doce y
media, eran horas que no perjudicaban ni alteraban en mucho el orden doméstico…
Por muchos años, estas reuniones, aun entre familias muy respetables, solían
terminar con un cielo, pedido por los jóvenes; a veces el denominado en
batalla, pero el preferido era el cielo de la bolsa… Los bailes de aquellos
tiempos eran: el minuet liso, con que se daba principio siempre al
entretenimiento… el montonero o nacional, llamado más tarde, en tiempos de
Rosas el federal; el wals (pausado), la contradanza, la colombiana; ya se había
desterrado el paspié, el rigodón, etc. Bailábase de vez en cuando por algún
joven el solo inglés… Si retrocediésemos algo más y penetrásemos a la época
colonial, encontraríamos aún otras clases de baile, como se colige del edicto
de 30 de julio de 1743, en que el obispo don Juan José Peralta prohibió el
baile llamado fandango, bajo la pena de ¡excomunión mayor!...”[13]
De las visitas a estas tertulias José Francisco
conoció las mieles del amor. El 12 de noviembre de 1812 en la Iglesia de la
Merced en Buenos Aires contrajo enlace con una de las hijas de los Escalada;
María de los Remedios.
Algunos registros para una foto de época
Según el mismo memorialista que venimos siguiendo en sus
relatos, podemos conocer otras costumbres y vivencias de la época:
“… La carne
se vendía donde hoy es el Congreso, las perdices y mulitas de las que entonces
se traían muchas, la verdura bajo los altos de Escalada, como no estaba
preparada la plaza para este objeto compradores y vendedores tenían que
refugiarse en tiempo de lluvia bajo la recova. Sería por el año 1816 y 1818 que
concurría un gran número de negras[14]
que se estacionaban reunidas en el mercado vendiendo patas de vaca cocidas,
huevos, chicha y tortas siendo negras también las sirvientas que con sus tipos
de cuero acudían a mercar.
Allá por el
año veintitantos había en la ciudad varios fondines entre estos, uno muy
acreditado llamado de la catalana, propiedad de una rechoncha hija de Barcelona,
en dónde iban a comer los tenderos de esas inmediaciones españoles los más, el
mondongo a la catalana según es fama se servía con mucho esmero y era muy
celebrado por los concurrentes.
En la recova
comían todos los tenderos de la fonda algunos recibían la comida en viandas de
lata. Entre las 2 y las 3 de la tarde no se podía pasar por la recova porque el
olor a viandas era insoportable.
El reparto
de viandas se hacía en distintos puntos de la ciudad a las tiendas y casas de
negocios y aún a muchas casas particulares. Eran generalmente de lata y una que
otra familia las tenía de loza. Los conductores eran casi en su totalidad
negros y para llevarlas empleaban palancas semejantes a las que llevan al
hombro en el día los vendedores de pescado.
También es
interesante mencionar las bandolas que eran una especie de mercería o
cachivacheria volante. Constaba cada una de un cajón como de 2 varas de largo
por una o más de ancho, todo el aparato era de pino con una tapa con goznes,
abrían los señores bandoleros sus tiendas levantando esta tapa que se convertía
en estante o armazón y vendían peines, alfileres, dedales de mujer y de sastre,
rosarios, imágenes, anillos, pendientes y collares de vidrio o con piedras
falsas e infinidad de chucherías todas de poquísimo valor.
En la plaza
de Lorea paraban las tropas de carretas que venían especialmente del Norte y
oeste de la campaña con corambre, cerda, lana y grasa. Era también el punto a
que en mayor número concurrían las carretas de maíz, trigo y cebada. Más tarde
fueron trasladadas estas tropas al hueco de Salinas y últimamente a la plaza,
hoy mercado 11 de septiembre.
A esta misma
plaza acudían también los indios que venían a negociar, traían sal, tejidos,
mantas pampas que dieron origen a las imitaciones inglesas pero que jamás
llegaron a la perfección de las primeras, lazos, riendas, maneas, boleadoras,
quillapies hechos de cuero de zorro, liebre, gama y zorrino; plumas de avestruz
y varias otras cosas. El trueque se hacía por caña, tabaco y yerba mate.
Otra era la
plaza nueva en la cual se reunían carretas de los partidos de San Isidro, San
Fernando y Las Conchas; allí vendían sus productos que eran leña de rama,
madera y cañas para ranchos, sandías melones, duraznos, trigo, maíz, cebada, a veces
alpiste y semilla de lino. De estas carretas especialmente las de fruta y
choclos encendían faroles por las noches que no venían mal para el escaso
alumbrado de entonces, las carretas eran pequeñas y tiradas sólo por dos bueyes.
Se convertían en mercados ambulantes que recorrían la ciudad ofreciendo sus
frutos, leña blanca y de Tala y espinillo.
En la plaza
del Retiro se realizaban las corridas de toros, el día de función era un día de
movimiento en la ciudad. Estas corridas de toros se suprimieron bajo el
gobierno de Rondeau desde el 4 de enero de 1822.
Los
artículos de exportación por aquellos tiempos eran cuero vacuno y caballar,
cerda de potro y de vaca, sebo, lana, cueros de carnero, de nutria, tasajo,
plata en barra y sellada; además animales vacunos y caballar en pie, maíz y
trigo.
Las
importaciones venían desde Liverpool y Glasgow (Inglaterra) y el valor de las
manufacturas llegaban a la suma de $500000.
Otros
oficios eran el lechero y la lechera, hombres y mujeres del país en un primer
momento, luego fueron inmigrantes españoles. Los varones se dividían en hombres
de edad, mozos y niños. La mujer empezó sin duda a figurar en ese rol, cuando
los hombres, debido a las frecuentes guerras y revueltas estaban en armas o
andaban huyendo o matrereando. El apero era semejante al que todavía hoy se usa,
sin embargo no había la simetría que en el día se observa en la batería de
tarros, ni eran los accesorios tan prolijos; dos, tres o cuatro tarros de
desigual hechura y tamaño y tal vez una o dos botijuelas que habían, en sus
mejores días, contenido aceite sevillano con tapas de trapo no siempre muy
aseados.
La lechera
hacía una figura muy grotesca pero con la cual ya la vista se había
familiarizado, con un sombrero viejo, acaso de su padre, esposo o hermano o tal
vez regalado de algún marchante, con un enorme poncho de paño puesto sobre su
vestido, se presentaba en la ciudad en una cruda mañana de invierno dejando un
charco de agua en donde se paraba habiendo hecho un penoso viaje de 4, 5 o más
leguas, bajo un copioso aguacero pasando profundos arroyos en el campo y enorme
pantanos en los suburbios y aún en las calles centrales.
También se
podía observar al mazamorrero o mazamorrera quienes vendían la exquisita
mazamorra, plato eminentemente porteño, jamás podía hacerse tan sabrosa en las
casas particulares como la que traía el vendedor, probablemente por no ser tan
pura la leche que se empleaba en la ciudad y el sacudimiento continuado que
experimentaban los tarros. La vendían en unos jarritos de lata que llamaban
medida. Salía a la puerta de la calle la criada y a veces la señora en persona,
con una fuente y así volcaba el mazamorrero un número de medidas arreglado a la
familia. Era entonces un postre muy generalizado.
También
existían por aquellos tiempos las barberías. Constaban de un cuarto redondo; de
una sola pieza a la calle; poco lujo, un sillón de vaqueta, una bacía, toallas,
peines, completaban el ajuar del negocio. Tal vez un poco de aceite de limón, y
en un rincón una escoba, junto con el tradicional brasero qué cerca de la
puerta o en otro rincón, sobre unos cuantos pedazos de carbón mantenían la pava
de agua caliente para la barba y por supuesto para el indispensable mate.
El barbero
era un tipo especial; casi todos eran pardos o negros. Charladores incansables,
entretenían al parroquiano con sus cuentos y chistes y a no dudarlo, sabían la
vida y milagros de todo el mundo. Por añadidura todos eran guitarreros.
Los
productos mendocinos llegaban en tropas de carretas qué en doble fila se
extendían en el bajo, desde el retiro hasta cerca de la recoleta… Traían
cargamentos de barriles de vino y aguardiente; petacas de pasas, de higo y de
uva, patay, algarroba y las tabletas y alfajores con que se deleitaban los
golosos. Curioso era ver las mulas, estos pacientes animales en número de 20,
30 o más, seguir a una yegua con cencerro, llevada del cabestro por un
individuo a caballo o en mula, formando una hilera a cuyo término iba otro peón
o el capataz encargado de conducirlas por las calles. A las mulas más chúcaras
le envolvían la cabeza con un poncho y así cubiertos los ojos, seguían
perfectamente guiadas por el cencerro.
El número de
negros y mulatos era crecido. Cuando la libertad fue general se ocupaban en
toda clase de trabajos, había cocineros, mucamos, cocheros, peones de albañil,
de barraca. De oficio se encontraban sastres, zapateros y barberos todos los
changadores eran de este número. Casi todos los maestros de piano eran negros o
pardos, que se distinguían por sus modales, a estos últimos pertenecían el
maestro Remigio Navarro y Roque Rivero. Todos los negrillos criollos tenían un
oído excelente y a todas horas se les oía en la calle silbar cuando tocaban las
bandas y aún trozos de ópera.
Aquellos que
no se ocupaban de trabajos más fuertes se empleaban en vender pasteles por la
mañana y tortas a la tarde, y de noche había algunos que con su tipa de tortas
calientes y un pequeño farol ocupaban puntos determinados.
Algunos
negros o morenos vendían por las calles mazas, dulces, alfajores, rosquetes y
caramelos en tableros que llevaban por delante sujetos por sobre los hombros
con una ancha correa de suela, les llamaban tíos, y empleaban un silbido
especial que los niños conocían perfectamente y cuando éstos tenían un medio o
un cuartillo disponible infaliblemente era para el tío.
También eran
negros o morenos los vendedores de aceitunas que vendían desde las 12 del día
hasta las 2 de la tarde hora en que generalmente se comía en las casas de
familia. Trabajaban a porcentaje de productores blancos. Se oía en las calles
principales el grito “aceituna una” lanzado por un moreno que llevaba sobre la
cabeza un enorme tablero con platillos llenos de aceitunas condimentadas con
aceite, vinagre, ají, ajos, limón y cebolla. Las aceitunas eran en su mayor
parte producto del país.
Otros se
ocupaban en vender por las calles escobas y plumeros que ellos mismos
fabricaban, no se conocían los cuartos y fábricas de estos artículos que hoy
abundan en la ciudad. Vendían estos mismos cueros de carnero lavados. Otro
oficio que tenían eran el de sacadores de hormigas y hormigueros como ellos se
titulaban. Había algunos muy hábiles en este ramo.
Las negras o
morenas se ocupaban del lavado de ropa. Ver en aquellos tiempos una mujer
blanca entre las lavanderas era ver un lunar blanco. Eran excesivamente fuertes
en el trabajo y lo mismo pasaban todo el día expuestas a un sol abrasador en
los veranos, como soportaban el frío en los más crueles inviernos.
Otra de sus
ocupaciones favoritas era la de vender tortas y buñuelos. Se sentaban en el
cordón de la vereda con una bandeja que contenía pastelitos fritos bañados en
miel de caña allí permanecían con mucha paciencia. También concurrían a las
plazas en donde paraban las carretas con frutos del país y los picadores que
traían 10, 20 y a veces 30 días de viaje sin otro alimento que carne y agua
devoraban con ansiedad lo que ellos reputaban un delicado manjar.
Otra
actividad de la época es la venta de cigarros. Se vendían en los almacenes y
pulperías. Casi todos los almaceneros tenían su picador de tabaco, especie de
profesor ambulante que iba de almacén en almacén permaneciendo en cada uno el
tiempo suficiente con arreglo al despacho de cigarrillos o de tabaco picado. Aunque
se vendían cigarrillos hamburgueses, de Virginia, paraguayos, correntinos y aún
algunos habanos; el que más se consumía era el cigarro de hoja que podía
llamarse del país, fabricado aquí con tabaco del Paraguay, de Corrientes, de Tucumán
y algunas veces aunque muy raras, del cultivado en la provincia de Buenos
Aires.
Otro oficio
de aquella época era el aguatero. La carreta aguatera era tirada por dos bueyes.
El aguatero que por supuesto usaba el mismo traje que el carretillero, el
carnicero, el carnerero, es decir poncho, chiripá, calzoncillo ancho con fleco,
tirador y demás pertrechos, era hijo del país y ocupaba su puesto sobre el pértigo,
provisto de una picana que era una caña con un clavo agudo en un extremo y una
macana, trozo de madera dura con que hacía retroceder o parar a los bueyes
pegándoles en las astas. Como es de suponer, con los pantanos y el mal estado
en general de las calles, estos pobres animales tenían que sufrir mucho. La
carreta aguatera era toscamente construida aunque algo parecida a la que hoy se
emplea tirada por un caballo, tenía en vez de varas, pértigo y yugo…”[15]
Esta breve pero interesante
presentación de costumbres, personajes y hechos de la época en que San Martín
recorrió las calles de Buenos Aires luego de su regreso en 1812, nos puede dar
un marco de referencia de la vida de la sociedad porteña; no en su totalidad,
pero sí en aproximaciones a la vida cotidiana de aquel tiempo. Estas pinceladas
de la gran aldea son insumos para nuestra pesquisa folklórica, la cual debe
sumergirse en las profundidades turbias de una temática poco abordada del
prócer.
Creación del Regimiento de Granaderos a Caballo
Recordemos ahora que al poco
tiempo de arribar a Buenos Aires el Teniente Coronel San Martín presentó sus
servicios al Triunvirato, órgano de gobierno de las Provincias Unidas. También
acordaron la formación de un cuerpo de caballería por lo cual recibió el
nombramiento de comandante del futuro glorioso escuadrón. Así nació el
Regimiento de Granaderos a Caballo. Ocuparon temporariamente el cuartel de la
Ranchería hasta que el 5 de mayo de 1812 se acuarteló en el Retiro.
Consideramos que la idea y
nombre de este cuerpo militar especial, el gran Capitán lo tomó del monarca
francés Luis XIV quien le había dado vida orgánica profesional a los granaderos
galos de infantería y posteriormente a los de caballería. Los Granaderos de
nuestra tierra debían prepararse para combatir tanto a pie como a caballo. Se
seleccionaron jóvenes de buena presencia, de alta talla y que fueran excelentes
jinetes. Esta última cualidad propia de los paisanos aguerridos de nuestra
tierra. Las armas de fuego del Regimiento fueron: la pistola y la carabina de
cazoleta de veintidós adarmes de calibre; y las armas propias de la caballería
el sable y la lanza. Además una excelente calidad en los caballos a montar.
Con relación a la selección,
mantenimiento y apero de la caballada del regimiento podemos citar:
“…El creador
del Regimiento Granaderos a Caballo, Teniente Coronel D José Francisco de San
Martín fue el militar que más se preocupó en esos inicios de la Caballería
Argentina, en la selección, el bienestar, la salud y el entrenamiento de la
caballada de su Regimiento.
El fue quien introdujo los
albéitares (nombre de los veterinarios en
España) para el cuidado de los équidos de su Ejército. Instruyó y preparó a
sus granaderos en la atención, manutención y conocimiento de las regiones
exteriores de sus caballos; en la preparación de las monturas, enseñando la
nomenclatura técnica de sus piezas y en la instrucción de equitación empleando
las nuevas tácticas de la caballería de tal manera, que esos paisanos que ya de
por sí eran particularmente diestros desde su nacimiento en montar a caballo,
se convirtieron en verdaderos centauros criollos.
Estos caballos seleccionados
por el padre de la patria, se caracterizaban; por su formación armoniosa y
sólida, de fuerte musculatura y de mirada vivaz, de una alzada media de 1,45
metros, tórax cerca de la tierra con costillar amplio, por combinar el
temperamento fogoso con la mansedumbre, por permitir ejecutar con seguridad y
destreza los diferentes aires de marcha y tener movimientos ágiles en el campo
de combate. Por darle seguridad al soldado para que pueda manejar con libertad
sus armas, echar pie a tierra y montar nuevamente con rapidez y permitir de ser
necesario cargar otro soldado en el anca.
Solo una parte del ganado
equino permanecía en las caballerizas del Retiro, de acuerdo a los partes de
racionamiento en el mes de octubre de 1812 racionaban 165 animales y en
noviembre 184, gracias a un contrato realizado el 24 de diciembre de 1812 con un
tal José Burgos se conoce la ración
diaria en el Cuartel del Retiro que consistía en: un real (abundante) pasto
verde, una tipa (bolsa de cuero) de paja y una cuartilla (casi 3Kg) cuarta
parte de una arroba de cebada, para cada cinco caballos.
El resto probablemente por
razones económicas estaba en la Estancia del Estado que se encontraba en la
zona del Fuerte de los Ranchos región de Magdalena… Estos caballos estaban
marcados con la “R” queriendo decir reyunos o del Estado y se mantenían en un
potrero separados de las caballadas orejanas o mostrencos que habitaban la
Estancia, permaneciendo en pastoreo bien cuidados y en apresto, dispuestos a
estar en dos horas en el Retiro ante cualquier necesidad.
Cada soldado tenía su
almohaza (rastrillo con mango para caballada) y que visitaba diariamente los
caballos. Cada compañía un herrador
dotado de todos los útiles y herramientas necesarios.
Tanto el servicio de
limpieza, rasqueteo, dar el pienso, sacar los caballos del agua, etc., se hacía
metódicamente todos los días, a la misma hora, siguiendo un exacto sistema de
toque de cornetas, estando designado un toque particular para cada operación.
Allí todo se manejaba por toques de corneta; ni una voz se hacía para ninguno
de estos actos…”[16]
Combate de San Lorenzo
El Bautismo de fuego del
Regimiento de Granaderos a Caballo fue el 3 de febrero de 1813 en San Lorenzo,
actual provincia de Santa Fe. El ejército español que asolaba las costas de los
ríos Paraná y Uruguay, planeó un desembarco en la costa santafesina para los
primeros días de febrero. Buscaban víveres para mantenerse ya que el sitio de
Montevideo estaba resultando exitoso y no permitía el ingreso o egreso de
mercaderías a dicho puerto. San Martin y los Granaderos recorrieron en marcha
forzada desde la noche del 28 de enero a la noche del 2 de febrero: 420 Km. El
camino de la costa lo recorrieron durante la noche para no ser vistos por el
enemigo. En la posta de Rosario encontraron al comerciante inglés Juan
Robertson, persona conocida del Coronel y fue invitado a presenciar el combate.
Los Granaderos
atacaron con una táctica llamada “tenaza”, divididos en dos escuadrones, uno al
mando de San Martín y el otro del Capitán Bermúdez. En medio de la lucha el
caballo del futuro héroe sudamericano, rodó alcanzado por una bala de cañón
realista, quedando aprisionado su jinete.
Acto seguido uno de sus soldado Juan Bautista Cabral lo salvó y fue
herido de muerte.
El Convento de
San Carlos de Borromeo fue testigo de aquella heroica y exitosa acción. El combate no quedó sin decidir más de escasos
minutos, según lo relata un testigo presencial Juan Robertson, y menciona la
acción de la carga a sable y coraje de las huestes de aquella jornada
inolvidable para la libertad de nuestra tierra. Además de los Granaderos,
integraron el ataque las huestes de Rosario al mando de don Celedonio Escalada.
“…San Martín en el combate de San Lorenzo montó un
arrogante caballo bayo de cola cortada al
corvejón que era un regalo del señor Pablo Rodrigáñez. Por el relato del
general Bartolomé Mitre, San Martín demostró ser muy diestro en la montura del
caballo, ya que lo hizo de un salto, luego de bajar raudamente por las
escaleras que daban al campanario, y rápidamente estuvo sobre las filas
enemigas…” [17]
Tomamos unas coplas como homenaje
al Libertador citando al Dr. Guillermo Terrera:
“como era
gaucho jinete,
De un
asalto montó en su flete”[18]
Con relación a otros caballos que tuvo San Martín,
el General Espejo cuenta que en Mendoza montaba un hermoso alazán tostado de
cola recortada y tuse criollo. En Rancagua, solía montar un zaino negro coludo
y de largas crines. El cruce de Los Andes lo realizó montado en una mula al
igual que el resto de su Ejército. El caballo blanco con que se lo ve en muchas
obras de arte y litografías en el cruce de la cordillera es una alegoría para
realzar la personalidad del Héroe y símbolo de la Libertad.
En 1814 fue
designado Jefe del Ejército del Norte, cargo que ocupó por poco tiempo. En el
mismo año el Director Posadas lo nombra Teniente gobernador de la Intendencia
de Cuyo con residencia en Mendoza. Luego de la declaración de nuestra
Independencia en San Miguel de Tucumán en 1816, se apresuraron los preparativos,
en el campamento de El Plumerillo, del glorioso ejército de Los Andes. El plan
continental diseñado por San Martín consistía en cruzar la Cordillera y
sorprender al enemigo en Chile. Así se concretó, con las batallas victoriosas
de Chacabuco y Maipú o Maipo. De esta forma se logró la libertad de Chile en
1817.
Con el general
O’Higgins, luego de liberar Chile, emprendieron la organización de la
Expedición Libertadora del Perú, país al cual San Martín dio el primer impulso
independentista.
Tras gobernar
el antiguo virreinato del Perú, ya libre de España, entre 1821 y 1823, regresó
a Chile camino a Argentina. A su regreso al país recibió el ofrecimiento del
Brigadier Estanislao López para acompañarlo con sus soldados y huestes hasta
Buenos Aires donde se temía un atentado contra su vida. San Martín agradeció el
gesto, pero concretó su regreso sin ayuda. En Buenos Aires buscó a su hija
Mercedes Tomasa y partió al exilio en Europa, específicamente a Francia, en
Boulogne Sur Mer.
José de San
Martín murió el 17 de Agosto de 1850 en Francia. Sus restos mortales fueron
repatriados a Buenos Aires en 1880.
San Martín:
Música, danzas y bailes
Para cerrar
este breve trabajo es muy interesante conocer la afición de San Martín con
relación a la música, los bailes y las danzas que hoy consideramos folklóricas.
Al respecto veamos primero que escribió Isabel Aretz:
“…Las bandas de música que llevó San Martín a Chile y
al Perú tuvieron la misión de servir a la causa, tanto en acciones guerreras
como en actos sociales. Pero además, fueron decisivas en el plano puramente
musical, en tanto sirvieron de modelo para la formación de nuevas bandas,
enseñaron música a sus integrantes más capaces y establecieron un intercambio
al difundir su repertorio y al ensanchar el propio con nuevas composiciones de
músicos de los países hermanos.
San Martín amaba la música. Cuando joven había
recibido lecciones de canto y baile y cantaba muy bien con su buena voz de
bajo. Pablo Garrido, el escritor chileno, dice que el General “no ocultaba sus
artísticas dotes y gustaba demostrarlas en fiestas íntimas y en grandes saraos
oficiales. Se hacía acompañar de dos trompetas de negros de sus bandas de
música argentinas y cosechaba siempre sinceros y nutridos aplausos”. A su
afición musical se debe seguramente la formación de las bandas de su ejército y
el papel que éstas desempeñaron.
San Martín, al establecer su cuartel general en la
ciudad de Lima, adquirió la costumbre de reunir en el palacio una vez por
semana, y enseñó allí a las limeñas a bailar contradanzas de las que
“no estaban muy al corriente”. Explica Miller que por entonces las señoras sólo
tenían costumbre de bailar minuetes, fandangos, mariquitas y guachambes,
pero “como eran tan capaces discípulas, se hicieron inmediatamente bailarinas
muy graciosas y apasionadisimas de aquella diversión”.
Lo mismo que en Mendoza y en Lima, en Santiago de
Chile -según el general Bartolomé Mitre- quedó el recuerdo de las tertulias de
San Martin a las que asistía la sociedad más selecta y en las que nuestro
prócer rompía el baile con un minué. Efectivamente, en el mencionado relato del
sarao con que se festejó la entrada de San Martín a Chile.
Este repertorio, desde luego, no fue asentado en su
tiempo, pero puede ser reconstruido, siquiera en parte, si nos servimos otra
vez de pequeños datos que consignaron memorialistas y viajeros, testigos de la
época. En este orden surgen en primer término dianas y marchas patrióticas, el
Himno Nacional Argentino entre ellas, y luego las “piezas alegres”, que
incluían, como veremos, los bailes de moda en los salones y algunas danzas
criollas.
El cielito y el pericón, de acuerdo con Carlos Vega,
son dos contradanzas argentinas, que mencionaron varios viajeros. Y el cuando y
la sajuriana pertenecen al grupo minué-gavota, que se criollizó dejando varias
danzas que aun hoy conocemos.
Las danzas viajaron con los ejércitos, con o sin
conocimiento del jefe supremo. Vicuña Mackenna escribió que los negros del
famoso batallón N° 4 llevaron del Perú a Chile, en 1824 o antes, la zamacueca,
enseñada a la banda en Lima por el músico Alcedo, que fuera autor del himno
peruano.
En lo que atañe a los soldados de San Martin, estos
debieron llevar cantos y bailes que ejecutaban al son de la guitarra o el tiple,
también llamado timple (instrumento
musical de cuerda, más pequeño que la guitarra, de cinco cuerdas y de sonido
estridente), y quizás del requinto, que tocaba el director de la banda del
batallón argentino No. 8. El general Gerónimo Espejo anotó algunos versos a uno
de estos payadores, que acompañaban al ejército de San Martín en su paso de los
Andes, con las palabras siguientes:
“Un poeta rústico, de esos que no escasean en las
muchedumbres argentinas, un soldado del regimiento de Granaderos a Caballo para
transmitir a sus camaradas y compatriotas la tradición de ese hecho a que
contribuyó con su brazo, compuso una redondilla que glosó en su estilo vulgar y
dijo:
Día doce de febrero,
entre la una y las dos,
se dio la primera voz
"¡A sable los granaderos ”
En Chacabuco empezó
poco a poco el tiroteo
hasta que, con más aseo
vivo fuego se encendió.
Un duro cuadro formó
el enemigo severo,
haciéndonos muy ligero
tal resistencia, de modo
que quiso perderlo todo
día doce de febrero.
Carlos Vega, en su folleto sobre la
sajuriana interpretó esta descripción de Proctor como la de una danza
nativa grave, y agregó, basado en el hecho de que fuese ejecutada por el
regimiento del Río de la Plata: “Esto significa que las danzas viajaban con
nuestros ejércitos, no como polizontes, sino oficialmente, en primer plano, y
con el concurso de las propias bandas militares”. Respalda su aseveración en
este caso el testimonio de Zapiola, el músico chileno citado, quien con sus
quince años de edad asistió a la llegada de San Martín a Chile y cuando ya
viejo escribió sus “Recuerdos de treinta años” -con muy buena memoria por cierto-
consignó que San Martín con su ejército en 1817 llevó el cielito, el pericón, la
sajuriana y el cuando, especie de minuet que al fin tenía su “allegro”.
También debió el ejército llevar estas
danzas al Perú. En todo caso, en Chile quedaron desde entonces documentadas. En 1817 se anotó una versión musical de la
sajuriana que figura en la colección Carvajal, y de la cual poseía una
copia Carlos Vega. Esta melodía es semejante a las de varias secudianas
(nombre de la Sajuriana en algunas regiones de Chile) que recogí en la
tradición oral chilena en mi viaje de 1942. El Cuando fue anotado
también pocos años después de la estada de San Martín y publicado en 1828 en
versión muy similar a las que se conservan hasta hoy por tradición oral en
nuestro país. Del pericón y del cielito quedaron menciones escritas,
posteriores a 1830, y rastros en la tradición oral en cuanto al Cielito;
mientras que el pericón suele revivirse.
En lo que se refiere a los bailes
criollos, la revolución americana rompió el marco aristocrático, y los
payadores cantaron para el pueblo en versos octosílabos, los “ideales de la
revolución”.
Los gauchos, en general, expresaron su
sentimiento en coplas que se entonaban en los cielitos heroicos, que
siendo orales, comenzaron a imprimirse después de 1810. En hojas impresas
llegaron los cielitos a la campaña inflamando el patriotismo, y en 1819 ya
habían cruzado los andes con el ejército de San Martín.
En la época que nos ocupa, en provincias
imperaba la música oral tradicional, ejecutada más a menudo en la guitarra, en
el arpa o en el violín. Los numerosos viajeros que recorrieron el interior del
país, dejaron buenas descripciones sobre el particular. Carlos Vega nos da muy
buenas referencias sobre bailes que la tradición conservó hasta hoy, como la
Zamacueca, el Abuelito, la Mariquita, el Bailecito, la Perdiz y el Gato miz
miz, además del Minué y la Contradanza. La Zamacueca llegó a Chile desde el
Perú en 1824 o 1825.La Zamba peruana se bailó en Chile en 1812 y 1813, junto
con el Abuelito. Antes de 1800 se nombra la Mariquita, que luego se cita en el
Perú. Además, por esa época se llamó bailecito a todos los bailes criollos,
pero también a un baile en particular que en muchos lugares era el gato. La más
antigua mención la halla Vega en una cita de Tupiza, Bolivia en 1814. Es bien
sabido que durante la colonia se irradian las danzas desde Lima, y entre las
piezas en sentido inverso, de Buenos Aires a Santiago y luego a Lima, el Cuando
y el Pericón. Este se menciona en Chile en 1828. La Perdiz junto al Gato mis
mis se cita tanto en Buenos Aires como en Chile y en el Perú. Concretamente en
1825, el viajero Lafond ve bailar el mis mis en Arequipa. Existe además una
mención de 1780 de San Juan de Lurigancho, Perú, que atribuye a un cura la
prohibición de bailar ciertas danzas, tolerando sin embargo el Agua de nieve,
el gatito miz-miz y el minué. Esta cita la reproduce Carlos Vega del tradicionalista
Ricardo Palma.
Después de la victoria de Chacabuco,
según Vicente Pérez Rosales, el sarao con que se festejo la entrada de San
Martín en Chile dio principio con la canción nacional argentina (Himno Nacional
Argentino), entonada por todos los concurrentes a un mismo tiempo, y
fue seguida por una salva de 21 cañonazos que no dejó de estremecer a todo el
barrio. Esa noche la canción nacional argentina se cantó dos veces, la última
por el propio general, quien se hizo acompañar por dos trompas que ejecutaron
los negros de su ejército … desde la llegada de San Martín al Perú, se cantaba
en las fiestas un brindis que adquirió gran celebridad. La letra escrita por
Juan A. Ugarte, tenía un coro que decía:
Patriotas el mate
De chicha llenad,
Y alegres brindemos
Por la Libertad.”[19]
También el
investigador cuyano Alberto Rodríguez hizo su aporte para conocer algunas
danzas y músicas que se escucharon y vieron bailar en El Plumerillo:
“… Según afirma Rodríguez en el Cancionero
Cuyano, el gauchito es una danza muy antigua. Se impregnó de patria
tomando el aliento épico y guerrero de las gloriosas jornadas de la libertad,
cuando el general don José de San Martín movilizó a todas las fuerzas vivas
aprovechables, para la organización y preparación de las huestes libertadoras
en el histórico campamento. Alude a esta danza el general Espejo, en sus
memorias de las campañas del Ejército Libertador. Los cronistas de la época la
han citado y la conserva la tradición. Don Julio O. Fernández en su novela histórica
titulada Gloria Cuyana, nos dice que fue un gauchito lo
que cantó "Cotorrita", el asistente negro del teniente Montalvo,
cuando en la taberna del filósofo (aquel humilde emigrado chileno, cuyas
aptitudes no pasaron desapercibidas para el general San Martín quien lo
sorprendió con la designación de jefe de la Secretaría de Guerra del Ejército
Libertador) debió eludir un incidente con "Cañifla", confidente del
padre Aldao, entonces capellán del ejército. En el gauchito aludido,
"Cotorrita" cantó: "Yo soy el dulce lucero/ que ilumina las
praderas/ las montañas, las laderas/ de este suelo mendocino.!/ Yo soy el viejo
guerrero/ siempre dispuesto a luchar/ y por la patria ia pelear!/ ¡Soy el
gauchito argentino!".[20]
Hasta aquí llegamos por el momento con San Martín y
el Folklore. Seguramente, como ya lo dije, este trabajo seguirá engrosándose
con otras investigaciones. No resulta simple compendiar toda la bibliografía
que nos puede aportar datos para este tema.
Abundante y desperdigado es un material que deberemos revisitar, y
seguramente encontraremos nuevos aportes para hacer e hipótesis para
investigar.
Si Ud. desea utilizar este contenido debe citarlo de
la siguiente manera:
Ferreira, Luis A.
(24/9/19). San Martín y el folklore. El fogón de Luis Ferreira Carmelé.
Recuperado de: htpp//:elfogondeluisferreiracarmele.blogspot.com
[1]
José de San Martín en carta al diputado por Mendoza Tomás Godoy Cruz en 1816.
[2]
Grosso, Florencia. El origen español de San Martín. Todo es Historia N° 493
Agosto de 2008. Pág. 6-15
[3]
Furlong Cardiff, Guillermo (1945). Músicos argentinos durante la dominación
hispánica. Huarpes. Buenos Aires.
[4]
La partida de bautismo no se encontró hasta el momento, es probable que se
perdiera en el ataque y destrucción de Yapeyú por las fuerzas portuguesas en
1817.
[5]
Gianello, Leoncio (1956) José de San Martín. Castellví. Santa Fe.
[6]
Quereilhac de Kussrow, Alicia (1980) La Fiesta de San Baltasar. Ediciones
Culturales Argentinas. Buenos Aires.
[7]
García Bazán, Francisco (2018) La niñez y adolescencia del general San Martín
en Málaga. Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Buenos Aires.
[8]
Borrego Plá, María del Carmen (1985) El Real Colegio de San Telmo de Málaga a
través de las Ordenanzas de 1789. Universidad de Andalucía.
[9] PÉREZ SAMPER, María de los Ángeles (2002)
Luces, tertulias, cortejos y refrescos. Universidad de Barcelona. España.
[10]
Genoud de Fourcade, Mariana y otra (2009) Unidad
y multiplicidad : tramas del hispanismo actual « La
alegoría del soldado y la baraja o el poder del no libro » Zeta
editores. Mendoza.
[11]
PÉREZ SAMPER (2002) Op. cit.
[12]
Busaniche, José Luis (1964) San Martín vivo. Eudeba. Buenos Aires.
[13]
Wilde, José Antonio (2003) Buenos Aires desde setenta años atrás. Biblioteca
Virtual Universal.
[14]
Los términos que designan a las personas africanas o afrodescendientes son las
utilizadas en la época por el memorialista, no por el autor del presente
trabajo.
[15]
Wilde, José Antonio (2003) Op. cit.
[16]
Teniente Coronel Veterinario BREJOV, Gregorio Daniel. LA REMONTA Y VETERINARIA
DEL GANADO DE LOS GRANADEROS A CABALLO. S/f
[17]
Mitre, Bartolomé (1990).Historia de San Martín y de la Emancipación Americana.
Tomo I. El Tacurú. Corrientes. El general
Mitre tomó detalles del combate por trasmisión oral del cura del Rosario Dr.
Julián Navarro, este encuentro se pudo dar entre 1848 y 1851, años en los que ambos estuvieron en Chile.
[18]
Terrera, Guillermo Alfredo (1947) El Caballo criollo en la tradición argentina.
UNC. Buenos Aires.
[19]
Aretz, Isabel (2003) Música y bailes en las campañas de los libertadores.
Buenos Aires. s/e.
[20]
Rodríguez, Alberto, y otra (1991) Manual del Folklore Cuyano. Ediciones
culturales Mendoza.
Tertulia de los Escalada en Buenos Aires.